--- Era llamativo como el infierno, con sus nueve colas carmesí y sus largas orejas que, si alguien no viera las colas, lo llamaría conejo. Sus ojos rojos, con la pupila rasgada, se fijaron en la gente que lo rodeaba, y los racistas se escabulleron asustados. No recordaba mucho de su pasado, más que despertar en un bosque desnudo y siendo un adolescente molesto. Sin embargo, había algo que persistió en su memoria: su nombre. Kurama.