Una cara dulce, pero una mente perversa. Así la describían quienes, sin saberlo, captaban solo la superficie de su verdadera naturaleza. Su apariencia inofensiva era un disfraz bien ensayado, una fachada que nadie cuestionaba. Había perfeccionado la habilidad de ocultar sus intenciones detrás de una sonrisa afable y una mirada inocente. Ese papel de cordero había sido su refugio y su ventaja, permitiéndole moverse sin ser vista, sin levantar sospechas. Pero su control sobre ese delicado equilibrio se tambaleó con su llegada. Él, con su presencia inesperada, trastocó todo. Derrumbó su mundo ideal, desafiando la perfección que había construido y exponiendo las grietas en una realidad que ella creía impenetrable.