Loffuz, un joven de un carácter un tanto frió, era muy valiente. Su mirada, algo intimidante, al contemplar sus ojos cetrinos se notaba la entidad de su silencioso pero caótico temperamento. Todas las noches Loffuz se sentaba en aquel terrado de su morada a observar el boscaje casi eterno que interesadamente esmeraba aventurar, pues sabía que su vigor era algo escaso, el sopor apático inundaba esas desesperadas ansias de algo alocado. La irreal eminencia proyectada desde su compleja imaginación que el mismo nombro Mermal, le sugirió zarpar a lo desconocido, saciar su sed de ese lance a un suceso desconocido que, mastarde, dejaría huellas irreversibles en su evocación. Loffuz presidio a Mermal a ese largo y oscuro arbolado. El viaje había comenzado, sucesos predecibles originaron, el hambre hostigaba a Loffuz, para su suerte traía con el una jugosa manzana que se dispuso brindar a Mermal. Sediento y hambriento trenzó su senda atravesando mortíferos impedimentos tales como caídas desgarradoras y letales mordidas de bestias desconocidas. El no notaba que en realidad se hallaba solo. El final del bosque llegó y se topo con un abismo sombrío, profundo y devastador. Torpemente trastabilló con un pedrusco derrumbándose libremente hacia el vació. Cuando intento sujetar las manos de Mermal era demasiado tarde para darse cuenta que no era mas que producto de su imaginación y un vil simulacro ficticio de su delirio. La hambruna y la sequía corporal fueron en vano, reflexionó, nunca estuvo escoltado por nadie. Su impotencia lo condujo a figurar con más fortaleza e impulso un cofrade que lo acompañara, cuando sintió suavemente las garras de un cóndor que lo elevaba a lo alto del firmamento. Conectaron miradas, y si, resaltaba en ella el entusiasmo, Mermal tomó efigie de un gigantesco cóndor. ~Nunca subestimes el poder de tu mente~