"Mi vida entera transcurrió en imágenes desde el pasado hasta el presente.
En esas imágenes, perfectamente coloridas pero sin sonido, pude ver a mis abuelos, mis padres, mis hermanos en una vertiginosa gama de edades diferentes. Escenas de mi vida que yo creía perdidas en la memoria se sucedían velozmente como si estuvieran construyendo una señal de identidad que me acompañase a una dimensión desconocida, que poco a poco se me iba revelando hasta el momento en que dejé de sentir pena por dejar la vida y un placer indescriptible fue ganando mi conciencia.
Desaparecieron las imágenes, sólo quedó esa percepción de algo maravilloso que atraía con fuerza irresistible la totalidad de mi ser. Ya había llegado el fin. Estaba muerto.
El placer inmenso en ese camino desconocido que no percibía con imágenes visuales. No había luces, ni túneles, ni seres angélicos que me acompañaran, sólo una armonía imposible de expresar en palabras y tan cierta que en ese momento, de verdad, era lo único real. Toda expresión de alarma o de dolor parecía absurda y se diluía ante el placer que yo estaba experimentando."
— Eduardo Strauch, Desde el silencio.