Hoy en la mañana pensé en escribir mi última voluntad: le dejaría mis libros a mi madre, mis acrílicos a mi compañero de arte, y mis poemas los dejaría donde siempre... escondidos.
Dentro de un Mercedes a máxima velocidad vi mi vida pasar frente a mí; mientras colocaba el seguro a un arma, recé para regresar a donde empecé este día: mi cama, mi casa, rodeada de mi familia y mis cosas.
Ahora, en la sala de espera de un hospital clandestino, rodeada de gente que no conozco pero con quien, por una extraña razón, estoy formando vínculos, me doy cuenta de que no importaba si hubiera muerto esta mañana o no: al menos una persona habría llorado. Y esas lágrimas —pequeñas, desordenadas, verdaderas— son la prueba de que algo mío queda en el mundo: un nombre que alguien pronuncia, un libro que vuelve a abrirse, un color que recuerda mi mano.
Mientras haya quien me nombre, algo de mí sigue aquí.
-Lysx