Cuando seiseki encontró al niño pensó en simplemente dejarlo por ahí, o quizás acercarse a la ciudad y dejarlo en alguna parte para que alguien se lo llevara, no queria cuidar a un mocoso, mucho menos cuando se llevava tan mal con los humanos. Pero algo había en el pequeñín que de alguna forma, cuando se aserco a la ciudad, se negó completamente a entrar.
"¿Que demonios hago?"
Se preguntó desconsertado, mirando al niño en sus brazos, notando que seguía jugando con su cabello. Levantó la mirada, viendo la entrada de la ciudad y luego se volteo, mirando el bosque. No quería negarle la posibilidad de vivir una vida normal, pero tampoco queria dejarlo sin la oportunidad de ver cómo era una vida en el bosque. A él le encantaba, amaba estar ahí, pero no sabía cómo sería el niño.
Suspiró, resignado y siguiendo su instinto, caminando para adentrarse al bosque y alejarse de la ciudad. Viajo por entre los árboles y deslizándose por los diversos troncos y plantas resistentes, asegurándose de que el niño no cayera de sus brazos, pero este parecia completamente feliz en viajar con él, soltando carcajadas y sacudiendo las manos con divercion y encanto. Seiseki no podía creer su propia debilidad, se había encariñado con el chico tan solo unas horas después.
"Papá"
Llamó una vez que llegó al árbol dónde vivía, sentándose en una rama aun con el pequeño azabache en brazos, ahora sentado en su regazo. No vivía como tal en el árbol, sino que había una especie de nido similar un espacio grande y con pilares de madera que sostenían el techo hecho de hojas, ramas y un poco de sabía seca. Era un lindo lugar, y el pequeño estaba encantado con eso.
"Volviste, fue rápido para-..." El hombre se calló tan pronto vio al niño humano en sus brazos, el demonio-mono levantando la mirada para botar la exprecion de Seiseki. "¿Donde estaba?" Preguntó suave, caminando hacia él y acuclillarse delante del niño, este mismo sonriendo con sorpresa y curiosidad al ver su apariencia de mono humanoide.