Me dejaste sin nada; no sólo una, no dos, ni siquiera tres veces, eso no fue suficiente, creiste que yo no había tenido suficiente, creiste que podías seguir quitándome parte por parte, tajo por tajo. No sé si creiste que podía soportarlo todo, o sólo no tenías nada que hacer y verme desesperada, sufriendo era lo único que podía divertirte. No tengo ni la menor idea. Diariamente, en mi mente, encuentro tu recuerdo, siempre que dejo a mi mente buscar entre lo más recondito de lo que alguna vez fui, una sonrisa parece en mis labios, y tu recuerdo, por más que lo intente, tu recuerdo va de la mano con lo mejor de mí, lo mejor que fuí. Trajiste tanto dolor y consuleo contigo, que no lo entiendo, me confunde el si amarte o odiarte. En algún momento supe que lo nuestro era inevitable, y aún así, la sorpresa me abrigó cuando llegaste. ¿Fue que viste en mí tanta alegría que decidiste que ya era tiempo de verme llorar la sangre de mis propias venas? ¿O es que acaso sabías que nuestro momento había comenzado y por eso tenías que acabar con todo?. Había escuchando de ti innumerables veces, cada una de ella contadas al són del dolor y la calidez de las lágrimas; pero nunca imaginé que una de tus tantas historias de lamentos me tocase a mí relatarla. Nunca pensé en culparte, aunque parezca raro, nunca te entendí, nunca logré saber el porqué de todo lo que hiciste, de todo lo que lograste arrebatarme en tan poco tiempo, porque nunca te entendí; y ahora, de alguna manera, llamenla extraña, perversa, desvariada, he encontrado la forma de sentirme tuya, sin tener que serlo. Aunque, ¿no me reclamaste cómo tuya ya?. Tu mano descansa inmutable sobre mi hombro, siempre susurrándome al oído lo cerca que estás, pero que tendré que esperar un poco más para poder dejarte ir del todo. ¿Aún necesitas algo de mí? ¿O ver mi cuerpo temblar por los espasmos te sigue causando alguna satisfacción?. Y no puedo odiarte, si lo hiciera no estaría en paz conmigo misma. 
De: mi.
Para: mi tormento.
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