Mei frunció el ceño, molesta por la actitud del joven. Pero antes de que pudiera decir algo, pero se quedó callada cuando su mirada se poso en los Weasley acompañados de Harry Potter y Hermione Granger. Mei los reconoció de inmediato y les regaló una sonrisa cálida, aunque esa sonrisa se borró en cuanto escuchó las palabras de Malfoy, que no tardó en hacer una broma sobre su lugar junto al ministro.
De repente, la escena cambió. La mirada de Mei se poso en el señor malfoy, que, con un bastón en mano, se acercó a Harry y le susurró algo en voz baja, que ella no pudo escuchar. La furia empezó a subir en su pecho, sintiendo cómo la rabia le quemaba las mejillas. No le gustaba que se metieran con sus amigos, con Harry y Hermione, con quienes compartía muchas aventuras y secretos.
Su madre, al notar su expresión, tomó su mano con suavidad y la jaló hacia su lugar, donde las esperaba Isabella Avery, su mejor amiga. Juntas, charlaron animadamente mientras el partido comenzaba. La emoción llenaba el aire, pero en un instante, todo cambió.
Un estruendo ensordecedor y gritos de pánico resonaron en el estadio. La multitud empezó a correr en todas direcciones. Mei sintió cómo su corazón latía con fuerza en su pecho.
—¡Ataque! —gritó alguien entre la multitud.
Su madre tomó la mano de Mei y la de Cho, jalándolas con fuerza. La confusión y el miedo se apoderaron de ella mientras intentaba entender qué estaba pasando. De repente, un hechizo pasó cerca de su cabeza, seguido de una maldición que hizo que el suelo temblara.
—¡Vamos, rápido! —ordenó su madre, empujándolas hacia la salida.
Pero en medio del caos, Mei cayó de rodillas, paralizada por el pánico. Los hechizos volaban por el aire, y el grito de la gente se mezclaba con el estruendo de las explosiones mágicas.