Hola Greñudo, ¿Te acordás de mí? Soy Alice, y tú eras mi metalero con mejor pelo que yo. Acabo de leer lo que te pasó, tu decisión. Sé perfectamente que no me vas a leer, pero quería dejarte eso aquí, solo por si a caso. ¿Te acordás cómo inventé tu apodo? Habías publicado una foto de tu cara y, al tener pelo largo, me pareció gracioso llamarte así. Sé que no era el apodo más creativo del mundo, y desconozco las razones que tuviste para hacerlo. Pero respeto tu decisión, aunque me den ganas de llorar a mares, la respeto porque sé lo que se siente. Yo también luché con esos impulsos y mis padres me golpeaban hasta hace poco. Y sé que nunca me contaste nada en concreto, pero también sé leer, y eso hice, leí lo que publicabas acá. Creeme que te quiero dar un abrazo y nunca soltarte, quiero decirte que no es tu culpa y que todo en la vida tiene solución, pero no puedo. Y me siento estúpida, impotente. Era una niñata tonta que abandonó su cuenta porque sí, no era consciente de que nos quedaba poco tiempo, porque en ese punto la vida parecía infinita. Te quiero demasiado, en serio. Espero que hayas encontrado paz, y a pesar de ser atea deseo con todo mi corazón que haya un cielo y algo más para ti, que no te hayas convertido en solo polvo, que seas más que un cadáver y que, por encima de todo, seas feliz. Estés donde estés, te tendré siempre presente. Creo que hasta empezaré a rezar por ti, y porque tu alma esté en paz, aunque pueda no ser real. Te recordaré hasta que sea solo moléculas de ceniza y pierda todos mis sentidos. Con todo su cariño, Alice.
