Paso por la ciudad inadvertido
como un fantasma pasa por la casa
que le sirvió de hogar y miro,
con la fría mirada de quien no siente nada,
las líneas paralelas de las calles
el doble sentido de las palabras,
la dualidad del mundo.
La doblez en el uso acostumbrado.
Las parejas errantes
que, en acopio de besos,
se embriagan entusiastas
de tardes y deseos,
entre las geometrías infinitas
y el murmullo del tiempo.
Y me vuelvo hacia adentro
a este apacible juego de solitario.
¿Será, al final, como decía mi madre
que no sirvo para vivir con nadie?