A veces la gente tiene un buen día, y yo tengo un mal día, no uno horrible, pero si algo que me pesa la consciencia, pero entonces veo a esa persona hablándome con tanta ilusión, y por mi mente pasan dos pensamientos, uno: decirle de mi día, aun si sé que esto podría no no arruinar el ánimo de la otra persona, y dos: no decirle nada, y disfrutar de la felicidad de esa persona, después de todo, a esa persona no le importa lo que le siga si aún no se lo he dicho.
Una parte de mi quiere arruinar esa felicidad.
La otra solo está cansada y aunque no quiera callarse, lo hace, esperando ser contagiada de la alegría ajena