Hange se quedó quieta, no por el miedo, sino por el asco puro y la incredulidad. Llevó la mano a su boca, frotándola con furia y sintiendo el impulso de desinfectar todo.
—¡Eres un asqueroso, un patán, un completo...
—Sí, sí, ya entendí. Malo. Ahora sal