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La habitación estaba oscura, iluminada solo por velas titilantes. Alicent yacía en la cama, su cuerpo tensado por el dolor. Su cabello oscuro se pegaba a su frente sudada.
Daemon, su esposo, sostenía su mano, su rostro lleno de angustia. "No te rindas, mi amor", susurraba, aunque su voz temblaba.
La partera, una mujer experimentada, trabajaba con rapidez y precisión. "Empuja, mi señora", instaba, pero Alicent apenas podía respirar.
Su cuerpo se sacudía por convulsiones, su piel pálida y fría. Su respiración era agitada y débil. "Visenya...", susurró, antes de gritar de dolor.
La partera frunció el ceño. "El niño está en posición difícil... Debemos actuar rápido."
Daemon apretó la mano de Alicent. "No te vayas, mi amor. Nuestra hija necesita tu fuerza."
Alicent abrió los ojos, llenos de lágrimas. "Daemon...", susurró, antes de perder la conciencia.
La habitación se sumió en el caos. La partera trabajaba febrilmente para salvar a Alicent y Visenya. Daemon sostuvo a Alicent, llorando desesperadamente.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, Visenya nació. La partera sonrió débilmente. "Ha nacido, mi señor."
Pero Alicent no respondía. Su cuerpo estaba inmóvil, su piel pálida y fría.
Daemon besó su frente. "No te vayas, mi amor. Por favor..."
La partera sacudió la cabeza. "Lo siento, mi señor. Ella... ella no resistió."
La habitación se sumió en el silencio. Daemon sostuvo a Alicent, llorando desesperadamente, mientras Visenya lloraba débilmente en la cuna.
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Si yo llore ustedes también y no pude resistirme a esperar asta poder terminar.