Mi profesor de Teoría de la Literatura me recuerda a Marco Aurelio Denegri cuando ordena sus hojas escritas a mano (con la letra igual de grande). Solo que él es más normal que Denegri. No anda diciendo huevadas, a menos que sea por amor a la marihuana —no porque la fume, sino que a veces es tan conceptual y abstracto, relativo, tibio que parece que está en pleno viaje y nada lo baja a tierra—. Al menos se sabe mi nombre, aunque creo que es porque piensa que soy comunista. Lo bueno es que eso le causa gracia. Y yo no soy nadie para pincharle el globo.