Me sentía fatal, mi cuerpo parecía desobedecer a mis órdenes, mi estómago colapsaba ante su propio fervor y hambre innata, produciendome un dolor no punzante, pero largo, pesado, discapacitante.
          
          Deseaba darle un mordisco a la comida, deseaba poder alimentarme, deseaba poder beber algo, deseaba poder mejorar, porque nunca he tenido el tiempo para debilitarme.
          
          Pero era un ciclo, uno doloroso, sin poder comer por el asco, pero sumida en el dolor por el hambre.
          
          Amistades, médicos y familiares. Todos me dejaron sin respuesta o solución a mi pesar y con ello sentía que en cualquier momento me iba a desplomar.
          
          Ante mi cuerpo moribundo, mi atención nublada y mis esfuerzos toscos. Solo podía relajar mis pesares con tu imagen, tus palabras, tu calidez.
          
          Sufría, constantemente, seguía haciéndolo. Pero no existía momento, no existía motivo por el cuál no dejará de pensar en ti como aquello que me daba paz, que me daba fuerzas.
          
          Quiero ocultar todas mis heridas bajo tu cuerpo, quiero hundirme en ti hasta que mis brazos dejen de temblar. Quiero esconder mi rostro en lágrimas en tu chaqueta, juntar mis piernas en una posición fetal dónde poder debilitarme solo contigo.
          
          Y así poder desmayarme hasta dejar de sentir...
          
          Por mucho dolor que pudiese cargar, tu solo recuerdo me ayudaba a continuar y aunque tú tacto no era real lo imaginaba una y mil veces hasta hacerlo verídico.
          
          Porque por mucho que deseo ser capaz de hacerlo todo sola, necesito piezas de ti que me armen hasta componerme en nuestra realidad.