— Háblame de los mundos de fantasía — Pidió a su invitada.
El rostro de ella pareció concentrarse, aunque no demasiado. Su pelo pajizo, rebelde y corto, enredado por el viento, permanecía extrañamente inmóvil en aquel estudio.
— Imaginar, soñar e inventar. Viajar por ellos, aventurarse en lo desconocido — Respondió ella.
Los labios los tenía secos y agrietados. Se detuvo un instante para mojarlos en su propia boca.
— La curiosidad, la emoción, la sorpresa. La huida del mundo de Fray Luis de León — Continuó.
En su silla, sentada, y con un taco de folios blancos delante. No tardó en apoyar la palma de su mano sobre ellos, y los deslizó sobre la superficie de la mesa que los separaba, a modo de abanico.
— La literatura rebelde que no sigue leyes estrictas, ni mandatos de la naturaleza — Dijo, bajando la voz.
Otra pausa.
— Sombra o reflejo histórico. Futuro plausible e imposible — Esta vez elevó la voz.
Había terminado.
— Y sin embargo, querida — El anfitrión, metódico en sus entrañas, miró los folios esparcidos en la mesa con un desdén disimulado. —, lo que tenemos a mano es tan mágico ya de por sí...Nos basta y nos sobra. Los sonidos, los olores, la vida en todas sus formas y huellas ¿Por qué ese empeño por buscar otro arquetipo?
La invitada no se inmutó con su comentario, pero al rato intentó contener una sonrisa, que finalmente escapó de entre sus dientes como una risa muda. Los folios siguieron desordenados y su pelo inmóvil.
— Querido amigo, el ser humano no es un animal que se pueda domesticar.