Bathory-Mot

Tú no desapareces y yo no te olvido.
          	Y me gusta pensar que me quedo con cada momento vivido, tu sonrisa y tu voz todavía no se han ido, quisiera que bajes a hablar un ratito conmigo... 

Bathory-Mot

Pero empezaba a tener frío y tú no venías a curármelo, así que tuve que pedirte sin decírtelo que me volvieras a dejar en tierra y siguieras con tu vuelo, 
          pero antes quise hablarte del cielo que te rodea, de que cuando hablas realmente creo 
          que los relojes carecen de sentido 
          si no es para pararlos y escucharte un rato más 
          -solo un ratito más, lo juro-, 
          que tuve todos los continentes en mis bolsillos 
          después de tu abrazo porque cuando tú respiras el mundo, a veces, se paraliza, 
          y otras, en cambio, se tambalea, 
          pero eso es algo que solo entendemos 
          los que hemos visto a la poesía perder las comillas, que tu risa astilla las penas 
          y que aunque nos encontráramos en medio de una guerra que por no querer luchar terminamos perdiendo, 
          encontré la paz en tus maullidos, 
          y fuiste algo así como volver a casa 
          por primera vez después de perder mil batallas en la espalda.
          
          Quise decirte que mi papel siempre se redujo a contemplarte desde lejos y volverte tinta, 
          que pudimos y aunque no fuimos siempre seremos -ojalá entiendas eso-, 
          que nos hicimos el amor una noche que llovimos y por eso te llevaré conmigo 
          siempre. Que ojalá la huida 
          hubiera sido de tu cama a la mía, 
          que ojalá la lucha se hubiera reducido a morderte las caderas y no a este cansancio 
          lleno de ojeras mudas, que ojalá volviera a verte cada invierno de mi vida 
          y vieras que contigo nunca tuve prisa 
          porque conocerte es viajar y besar dulce y lento un día de invierno llenas de frío por fuera 
          y de amor por dentro.
          
          Y que ojalá sonrías 
          y no te culpes 
          ni te castigues: 
          tú cambias vidas, 
          pero no destinos.

Bathory-Mot

Hablamos tanto de la lluvia 
          que un trueno acabó atravesándome la garganta y tuve que escapar. Tu vida o tu corazón, me dijo alguien, quiero pasar mi vida en el suyo, le dije yo, pero eso no era posible, 
          era tan imposible como un amor platónico cumplido, como tú y yo cumplidas, 
          como tú, como pedirte que te quedaras después o vinieras antes, como mantenerte encendida al otro lado de la calle 
          viéndote por la noche sin poder tocarte y no consumirme en el esfuerzo de querer tu imposibilidad al lado de mi almohada, como negarte a ti y no negarme a mí en el intento, como olvidar tu pelo, como fingir que no estás 
          detrás de cada palabra que me perturba, 
          como pretender saber no echarte de menos 
          y conseguirlo, como asentir creyendo que es cierto eso de que es el frío 
          el que hace las ausencias más largas 
          cuando ahora la única que existe es la tuya 
          en medio de este incendio de cenizas.
          
          Te acabas de ir 
          y tus ruidos ya se escuchan por las noches.
          
          Era tan imposible 
          -tan imposible como pedirte que te quedaras 
          conmigo-.
          
          La tormenta me sorprendió contigo atrapada en la mirada, lanzando botellas al mar llenas de besos que nunca llegaban, que se extraviaban, que se equivocaban de puerto, 
          que se rompían intentando llegar a mi boca 
          y confundían mis barcos y me llenaban de cristales los labios que, pegados a la ventana, 
          congelados, solo esperaban verte aparecer. 
          Y entonces un día me dejé vencer, olvidé dónde buscarte, comencé a despegar 
          tus nudillos de mis pulmones, me eché la sal de tu sudor perdido 
          en los ojos, prohibí tu olor en mis domingos 
          y escribí todos los antónimos de tu nombre en mis ventrículos, si no te olvido a ti 
          no les olvidaré a ellos, y al final lo único que quedó fue un miedo tan inmenso como inconfesable y un deseo, 
          solo quería marcharme de ahí y dejar de esperarnos, irme lejos, pensando que lejos es donde no estás, sin darme cuenta de que donde realmente estás es en mí, 
          y que no te irás hasta que yo lo decida.