Es por eso que escribo.

El estar así es adictivo. Es ver, sentir, tocar, escuchar, percibir todo de manera diferente.

De repente, hay un mundo dentro del mundo y que, al mismo tiempo, lo envuelve y se deja envolver. Un mundo que solo se puede ver y al que solo se puede llegar cuando se cruza una muy delgada línea. Es un mundo que se nos escapa, pero que está siempre ahí, en la comisura de los ojos, en ese cosquilleo en la punta de los dedos, en el susurro casi imperceptible del viento.

Regresar de ese mundo siempre es frustrante y doloroso, puesto que todo ese mundo desaparece de pronto, como si te lo arrancaran de la misma piel y luego te crerraran la puerta de golpe y quedaras encerrado en un cuarto sin ventanas y con apenas un foco viejo y parpadeante. Pues bien, ese cuarto es este mundo y no sé cuánto tiempo más, esta vez, se mantendrá esa puerta cerrada.

Es por eso que escribo, porque es la única forma de abrir esa puerta, de escapar de ese cuarto, de salir de este mundo y, al fin, regresar al mío.