Empecé a correr como si mi vida dependiese de ello; estaba muy cansado, destrozado por su expresión y por dentro ya que fumaba hacía mucho, no podía aguantar demasiado tiempo corriendo, aún así no pare de correr; como si no hubiese un mañana, las lágrimas caían unas tras otras desapareciendo entre el viento. Tenía las mejillas ardiendo, no sé de qué sería si porque le había confesado todos mis sentimientos y no le importó, por llorar o porque no podía seguir corriendo más. Desgraciadamente tengo más fuerza de voluntad que resistencia física así que seguía corriendo. No paraba de pensar en su reacción, sentí un dolor muy profundo. Cuando sentí la necesidad de respirar me paré en seco, tenía la cara congelada y me dolía además del estómago, los pulmones y la cabeza por todo lo que me había pasado.