María, la madre de Jesús, es una de las pocas mujeres que se mencionan en las Escrituras y la única cuya vida y ministerio fueron profetizados siglos antes de su nacimiento (véanse 1 Nefi 11:15, 18; Mosíah 3:8; Alma 7:10)1. Los autores del Nuevo Testamento de Mateo, Marcos, Lucas y Juan proporcionan apenas destellos de su vida y ministerio debido a que su enfoque se centra, con razón, en el Salvador. Sin embargo, la primera iglesia cristiana dio a María el título de theotokos, la “portadora o madre de Dios”2 como recordatorio de la importante función que ella también desempeña en el plan del Padre.
El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha escrito: “¿Podemos engrandecer en demasía a aquella a quien el Señor ha bendecido por sobre todas las mujeres? Solo hubo un Cristo, y solo hay una María. Cada uno de ellos fue noble y grande en [la existencia preterrenal], y cada uno fue preordenado al ministerio que llevó a cabo. No podemos dejar de pensar que el Padre escogió al mejor espíritu femenino para que fuera la madre de Su Hijo, así como eligió al espíritu masculino que era semejante a Él para que fuese el Salvador… Debemos… respetar a María con la debida estima que se merece”3.
El relato de Lucas sobre la anunciación a María (véase Lucas 1:26–56) nos brinda una ventana a través de la cual podemos apreciar mejor a esta joven admirable.