A veces las mentiras que siempre veía se adherían a mi conciencia; mi boca callaba, y todas esas irrealidades que debieron mantenerse hechas ficción se enredaban a mis manos, como si sostenerlas hiciera el que se mantuvieran hechas realidad, al menos durante otro segundo más.
Hasta que yo decidiera callar para siempre.


Y no solo mi boca.
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