Respiraba lento, respiraba lento mientras me bajaba de la cama al suelo. Escuchaba a los insectos nocturnos caminar por el enorme pasillo que era mi vida. Sentía como el tiempo se me iba acabando y no podía hacer nada para detenerlo.
No estaba teniendo un sueño, no estaba teniendo una pesadilla y mucho menos estaba intoxicada, era la muerte llamándome y diciéndome que todo estaría bien, que podría descansar finalmente de la tristeza que embargaba mi alma.
Querida muerte, no te tengo miedo…pero tengo miedo a acompañarte, en su tiempo fue más fácil pensar en mi y sentir que después de mi el mundo seguiría. Pero he crecido, he aprendido que después de mi quedan personas, la mayoría podrá superarme y seguir adelante con su vida, pero los que realmente me amen, ellos no sé lo que harán.
El amor y el cariño son una de las armas más crueles que ha creado el hombre, el amor es la fuerza más grande del mundo y por eso es de las más dañinas. Señora muerte, usted lo sabe, quien más sufre no es quien muere sino quien se queda y soy consciente de ello.
Quisiera morirme, quisiera respirar por ultima vez y no saber más de mí, pero entonces no sabría más de las personas que amo. El mundo se consume en guerras, en hambre, traiciones y agonía. Mientras tanto yo solo sigo llorando por problemas cotidianos, quiero que mi cuerpo entienda que hay problemas más graves, pero no me levanto, no puedo levantarme del suelo, se me acabaron las ganas de seguir levantando, se me acabaron las fuerzas para soportar las traiciones y los engaños.
Vuelve a mí, juventud, vuelve y dime que todo estará bien. Hace años que no me veo al espejo, hace años que no hablo conmigo misma, soy el invitado incomodo que nadie quería en la fiesta, pero aquí me encuentro y la anfitriona, que igualmente soy yo, no quiere venir a hablar conmigo.