Hubo un tiempo en el que hubiese dado mi vida por lo que tengo, por lo que he logrado a mis veintinueve años y hoy, es como si no hubiera hecho nada. Perdí la sensación de ser feliz aún cuando tengo lo que siempre quise. Estabilidad, un lugar que me perteneciera, rodeada de gente y a la vez, me siento sola, y existiendo. Podría decir que soy feliz pero no, siempre aparece una nueva inseguridad, un nuevo pero, una nueva razón para sentir que me muero lentamente. He aprendido que los amigos se van, que eres reemplazable, que no eres indispensable que cada persona que se va, se lleva una parte de mi que no le he dado, simplemente me la han arrebatado sin mi permiso. También hubo un tiempo en el que mi vida perdió todo el sentido. No quiero que creas que tu dolor no es más fuerte que el mío, que tus heridas son más pequeñas que las mías pero si estás leyendo esto, si has llegado hasta aquí, quiero decirte que cada uno vive su propio infierno interior y el mío es abrasador. Quema, quema tan fuerte que ni siquiera las lágrimas son capaces de apagarlo. Es posible que creas que soy débil, que quizás lo merezco y sí, claro que lo merezco, lo merezco por creer que me lo merezco. He creído por mucho tiempo que cada circunstancia de la vida es una consecuencia de mis actos y es posible que la mayoría sí lo sea pero hay un pequeño porcentaje de ellas que no y ahí radica mi pena, hay cosas de mi historia que desearía poder olvidar y aunque sé, no son posibles, trabajo en ello solo con un propósito, un plan final, el deseo de ser feliz y no hablo de la sonrisa hacia afuera, sino desde dentro, sonreír desde esos malos recuerdos, reír desde esas malas situaciones, de ser valiente desde el miedo que alguna vez sentí ¿Es posible? Claro que es posible y es por esa razón que aunque me este muriendo por dentro, hay una parte de mi que lucha a diario por lograr eso que busco desde que era pequeña, desde que me dí cuenta que este asunto de vivir no era fácil.