“Un pequeño error me condenará a la muerte." solloza el Corazón, el órgano que duele. Llora porque el Cerebro, con su soberbia química, lo apunta, culpándolo de pecar contra el bienestar que se esfuerza en mantener.
“Muerte que tú mismo impones.” responde el Alma con juicio, observando desde sus memorias pasadas, manteniendo su voz seria, un canto de mil ángeles que ya partieron.
“La catársis de un corazón roto sería mejor dejar de latir.” prosigue, indispuesto a oír al mandatario.
“Una herida pequeña duele más cuando el alma ya no las soporta.” responde el sabio, “pero sangra, ¿Sabes quién es el encargado de ello?”
“¿Y si desaparezco?”, pregunta el Corazón, ignorando, perdido en sus lágrimas.
"Entonces yo me quedaré a cumplir”, responde el Alma, “porque no hay remanso cuando no rindes cuenta, porque no hay más allá cuando no has descubierto más de lo que tienes acá. Ésto no fue planeado. No llegamos a éste mundo para rendirnos ahora.”
“Si tan sólo, Alma, supieras lo doloroso que es estar aquí”, se queja el órgano.
“Estoy contigo desde antes que bombearas oxígeno al cuerpo que yace en la tierra”.
“Pero, desde el primer instante, duele ser yo.”
“Tú no dueles, tú bombeas sangre.”
“Tal vez, no quiero ser yo.”
“Tal vez, seas el más egoísta, caprichoso, sentimental e insoportable que ha existido.”
