Finn se encontraba en la habitación de Carpaccio, sentado en el borde de la cama, con la luz tenue de la lámpara proyectando sombras suaves en las paredes. Había ido a visitarlo después de un largo día, y aunque la conversación había empezado como siempre—con bromas y comentarios casuales—el ambiente había cambiado sutilmente.
Carpaccio estaba inclinado contra el escritorio, con los brazos cruzados y una sonrisa que Finn conocía demasiado bien. Esa expresión de autosuficiencia mezclada con algo más… algo que le hacía imposible apartar la vista.
—¿Y bien? —Carpaccio rompió el silencio, dando un paso hacia él, sin perder esa sonrisa.
Finn tragó saliva, sintiendo cómo su propia respiración se volvía más pesada.
—¿Bien qué?
—Te estás poniendo nervioso —dijo Carpaccio con diversión, inclinándose un poco más. Su rodilla rozó la pierna de Finn, y aunque el gesto fue apenas un roce, el calor se propagó rápidamente por su piel.
Finn desvió la mirada, pero eso solo hizo que Carpaccio se acercara más.
—No tienes que mirarme así si no quieres que haga algo al respecto…
La habitación parecía más pequeña de repente, el aire más denso, cargado de una tensión que ninguno de los dos se molestó en disimular.
Si ya se los subo me perdonan?