Ante sus ojos se revelaba un ambiente desolador. Frente a él estaban las ruinas cubiertas de nieve de lo que alguna vez fue una majestuosa ciudad, la más espléndida de todo el país de Lomar, pero hace milenios que dejó de existir.
Olathoë- dijo para si mismo, pues ese era el nombre de aquella ciudad, cuando aún rebosaba de vida.
Perdió la noción del tiempo que pasó contemplando el desolado paraje hasta que le pareció escuchar que el viento arrastraba consigo una voz, o mejor dicho, un lamento.
Guiado por una inexplicable curiosidad, siguió aquella voz a través de uno de los olvidados caminos detrás del nevado pico de Noth, hasta que llegó a los restos de una atalaya, que en tiempos antiguos velaba por la seguridad de la ciudad. Y cuando estuvo cerca, vislumbró frente a los escombros una extraña silueta, era la silueta de un hombre que estaba arrodillado frente a los restos de la torre.
Aunque no se pudo acercar más a él, pudo escuchar claramente como este se lamentaba y se repetía a sí mismo, con una tristeza que le carcomía el espíritu, una enigmática frase.
He fallado.