Gabriel mantenía la mirada fija en la carretera, pero sus pensamientos estaban completamente entregados a lo que ocurría entre sus piernas. La boca de Harley lo devoraba sin piedad, con una precisión casi cruel. Sentía la lengua de su hermana deslizarse lentamente por la base, subir con un leve movimiento en espiral, y luego dejar que sus labios lo engulleran hasta hacerlo gemir entre dientes.
El rugido suave del motor del Skyline era lo único que los acompañaba, junto con el sonido húmedo, rítmico, que escapaba cada vez que ella respiraba por la nariz, profundamente concentrada en su tarea.
Gabriel desvió la vista por un segundo, bajó la mano del volante y se la apoyó en la nuca. Hundió los dedos entre su cabello, acariciándola como quien acaricia algo sagrado, prohibido. Ese contacto lo excitaba más que cualquier cosa. No solo era el placer físico, era el hecho de que Harley era su hermana, su sangre, y estaba ahí abajo, obediente, deseosa, complaciéndolo como nadie más sabía.
Una parte de él se sentía sucia… otra, completamente viva.
—Sigue así… —murmuró entre dientes, apenas audiblemente, mientras su abdomen se contraía.
Ella emitió un suave gemido de aprobación con su boca llena, que vibró contra la piel sensible de su hermano, haciendo que Gabriel apretara más fuerte el volante. El coche llegó a un semáforo y se detuvo. El rojo bañó el interior del auto con su luz tenue. Agradeció una vez más los vidrios polarizados. Desde fuera, nadie podía ver lo que ocurría. Nadie podía imaginar que una chica joven, hermosa, con el maquillaje apenas corrido y el cabello suelto, estaba arrodillada entre los asientos, con la boca empapada y las mejillas sonrojadas de puro deseo incestuoso.
Harley se levantó lentamente. Se limpió un poco con el dorso de la mano, sin disimular lo caliente que estaba. Sus ojos brillaban.
—¿Te gustó, hermanito? —preguntó con voz baja, ronca, y una sonrisa depravada dibujándose en sus labios húmedos.