Estábamos allí desde siempre, antes incluso de que Stendhal tuviera su jamacuco en Florencia. Pese a ello, no renunciamos a lavar nuestras ropas en distintas lavanderías colectivas. Con las armas cibernéticas en las manos, nos planteamos un proyecto eminentemente literario. Si esperan una cita de Churchill que hermosee esta apología, entonces es que están llamando en puerta equivocada.
Y en esa búsqueda continua, mundana, de no sabemos qué, iniciamos esta aventura, más como balsa de juncos que como barco mercante. Eso sí, con la alegría y el orgullo de los insensatos, con los temores consustanciales ante un vagabundeo continuo a través de las palabras, la música, las imágenes..., y con el deseo de que disfruten de lo que traigamos de nuestros viajes reales o imaginarios. Nos hemos prometido, bajo pena de exilio, poner corazón en cosas condenadas al olvido.
El «pez en el agua» pretende sumergirse en lo que de asombroso posee el lenguaje, porque ahí es donde encuentra su medio más propicio para todo. Lenguaje como invitación, como insinuación a descubrir otros mundos, como guiño continuo a la magia que las mismas palabras contienen. 
Floreceremos o nos marchitaremos sin testigos, y antepondremos -que los dioses se apiaden de nosotros la sangre a la razón. Puede que, como ustedes, no queramos ser espectadores indiferentes en esta época que nos ha tocado vivir, por eso hemos colocado este pequeño tenderete en nuestro particular mercado de las pulgas. Vale, de acuerdo..., sabemos que es una batalla perdida, y es por ello por lo que nos encanta.

En realidad, nosotros no somos nadie, no queremos ser nadie..., o quizá seamos hormigas ansiando ser langostas.
Ah, y por favor, no busquen aquí soluciones, atajos o una guía de uso de nada y para nada; somos trampolín, lanzadera, catapulta, nunca red. Declárennos su desprecio, pero no nos ignoren...
Nada más que eso..., todo eso.