Cuando tenía dieciséis años hice un viaje con toda mi familia (mi hermana de quince años, mi hermana de dos años, mi mamá y mi padrastro), íbamos todos a la casa de mi abuela, un lugar que siempre se me hizo enorme porque está distribuido para que vivan todos los hermanos de mis abuelos con sus respectivas parejas e hijos y nietos. Es una casa antigua con muchas historias de fantasmas y muerte que a mi siempre me gustaron, de niña imaginaba a los fantasmas rondando por la casa.
Regresábamos de visita después de muchos años a la distancia por distintas razones, y a pesar de que ya habíamos viajado en el pasado todo fue diferente esa vez, quizás yo era más consciente de lo que sucedía o era más nostálgica.
Intenté retratar algo de esa nostalgia y nervios en el capítulo 44 de La mansión Santos, y quería compartirlo porque es un poco sorprendente para mí ya que en ese viaje yo estaba escribiendo el primer borrador de La mansión Santos en una libreta que estaba apunto de quedarse sin hojas.
Y ha sido este quizás mi capítulo más personal, espero les guste.