Es como volver a hundirse,
cómo si el aire pesara más
que el propio cuerpo.
No hay lágrimas,
ni rabia, ni siquiera
vacío. Solo un eco,
sordo y lejano, de
lo que una vez fuí.
Me miró en el espejo
y me desconozco:
esa no soy yo, pero
tampoco sé quién
debería ser.
Las palabras no salen,
los pensamientos no
paran, y la cama se
vuelve cueva, ataúd,
refugio, trampa.
Intento gritar, pero
la voz se queda
ahogada entre los
dientes, como si
mis cuerdas vocales
hubieran pactado
con el silencio.
Y así pasan los días,
lentos, viscosos,
cómo si viviera bajo
el agua sin oxígeno,
sin dirección, sin
razón.
Pero aún así, aquí
estoy, respirando a
medias, caminando
entre sombras,
esperando que,
algún día, alguien
encienda la luz
desde afuera.
