En estos momentos, sentada en el auto de mi mamá, observo el paisaje a través del cristal de la ventana. El cielo, que se finde con la cordillera, es un arcoíris retratado con los colores más suaves y hermosos que se puedan imaginar. A mí derecha, un azul se mezcla con un lila suave, pasando por el rosa hasta llegar al celeste, que cubre los autos de la carretera como el techo de una capilla gigantesca. Y a mí izquierda, el naranja que surge de entre los cerros se transforma en un amarillo pálido, que, al juntarse con el celeste, crea toda una una paleta de verdes, blancos y amarillos, danzando juntos en una perfecta conjunción. Ni una sola nube cubre la perfección del cielo. Y mientras escucho música, escribo. Todavía queda una larga hora de carretera, pero mientras tenga mis audífonos y mi lápiz, seré feliz.