Nos dejamos llevar por el miedo a las habladurías, por ese estúpido: qué dirán.
El qué dirán de unos cuantos que nada nos dieron ni nos darán.
La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, completamente desgastado y destrozado, con apenas un poco de aliento para proclamar: ¡Uf! ¡Vaya viajecito!
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