Busco en la arena las voces que olvidó el tiempo.
Escribo sobre la fe, la locura y el amor cuando dejan de ser virtudes y se vuelven cicatrices.

No me interesa la literatura perfecta, sino la que sangra. La que se escribe con las manos sucias y la conciencia despierta. En cada historia intento entender por qué seguimos caminando aun cuando el sol nos quema, por qué seguimos creyendo cuando ya no queda nada que adorar.

Mi escritura nace del conflicto entre razón y misticismo. Entre lo que se puede explicar y lo que sólo se siente. No busco héroes: busco seres que arden, que dudan, que se contradicen. La belleza, para mí, está en el error humano y en su necesidad de redención.

Mis personajes no triunfan: sobreviven. No buscan salvar al mundo, sino reconciliarse con él. Escribo sobre quienes se pierden para encontrarse y sobre los lugares donde el alma aún puede escuchar algo antiguo respirando bajo la arena.

Creo que cada historia es una excavación. Cada palabra es un grano de arena que esconde algo más profundo. Y si escribo, es porque todavía escucho esa voz enterrada, insistiendo en salir a la luz.

El desierto es mi escenario y también mi espejo. En su silencio encuentro respuestas que no sabía que buscaba. Quizás por eso sigo escribiendo: porque el silencio, igual que la arena, siempre pide ser comprendido.

No prometo consuelo, sólo verdad. Y a veces la verdad es tan abrasadora como el sol del mediodía.

-Gilbert Kaldwin