El frío se hacía presente por mi cuerpo, hacía que me estremeciera y que mi piel sintiera escalofríos, el viento soplaba y golpeaba mi rostro como una suave caricia de una madre a un hijo, ¿Qué estaba haciendo yo ahí?, la gente se veía tan pequeña desde ese punto, todas las personas al rededor gritaban cosas, sin embargo, yo no escuchaba nada, ¿Cómo llegué aquí? ¿Qué hice para sentirme de esta manera?, olvidar es morir, y yo ya había olvidado así que daba igual si saltaba al vacío o regresaba por las escaleras de emergencia de aquel edificio 100 veces más grande que yo, ¿Qué caso tiene vivir si ya no tienes razones para hacerlo? Pero algo me detiene, un gran muro de concreto separa la vida, de la muerte… Porque… ¿Quién sabe que hay después de morir, después de saltar de este enésimo piso? ¿Acaso solo desaparezco? Y si así es… No es una buena forma de morir, no hay nadie que me recuerde, nadie que hable de mi al siguiente día, nadie que vaya a extrañar nada de mí. Y entonces ¿Qué caso tiene morir? ¿Y vivir? ¿Quiénes somos nosotros para decidir cuándo y cómo morir? Y entonces nada tiene sentido, pero a la vez, todo lo tiene, y entonces doy un paso atrás del borde del edificio, volteo y me encuentro de nuevo con aquel muro de concreto que parece invencible por el momento y que con el tiempo se irá desmoronando y entonces, ya no habrá necesidad de derribarlo, éste lo hará por sí mismo y yo, estaré lista para partir, sin preguntas, sin dudas, solo… Me iré, pero este, no es el momento de olvidar, no es el momento de morir.