He visto arder las mejores mentes de mi generación destruidas por los parámetros académicos y la subliteratura, ansiosos obsesos apáticos arrastrándose por las calles de un polígono al amanecer buscando un chute de canción protesta, cabezas de San Juan congeladas en esquinas de botellón insalubres, ataviados con polos de Spagnolo y ojos rojos que apenas descienden a ver a los mendigos bajo los arcos de las puertas de las Iglesias. 

Yo, mendigo aristocrático, proclamo la libertad de expresión, muera el que piense lo contrario, pero que primero baje y me bese el purpureo casco alemán.

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