El era un muchacho nomal, no era muy alto, ni muy bajo. No tenía un olor particular, ni un color de ojos demasiado memorable. No era muy inteligente, ni muy maduro, no era flaco, ni era gordo. No era tierno, ni era muy frio. No había nada en su cuerpo o dentro de él que le ayudara a identificarlo, pero Maxwell me hacia reír, me ayudaba a dispersarme un poco, no teníamos charlas serias, charlabamos más de videojuegos que de otras cosas, supongo que era un buen escape de mi realidad.
Había pasado a un año aún más complejo en la escuela, y eh de admitir que cada vez me iba peor, cada noche me encontraba aún más y más cansada y las 10 horas dentro de la escuela me generaba un desgaste mental que no tuve nunca en mi vida. Incluso los días que entraba una hora más tarde de lo usual, procuraba estar en la escuela a la hora de ingreso, para pedir ayuda, tanto a compañeros como a profesores, pero fue conociendo a otras personas que llegué a hablar con Max, y fue así como empezamos a conocernos y hablar.
Él no fue mi primer amor, ni mi primer beso, tampoco fue mi primer desastre amoroso, no llegué a la secundaria sin un primer beso, lamento no ser esas chicas de libro que su primer novio es el amor de su vida. Pero aprendí que cada amor es el primero, el primer beso con alguien, la primer caricia, primer todo sin importar las veces que lo hayamos hecho con otras personas.
Había muchas cosas que yo no sabía de Maxwell, pero si sabía que yo no había sido su primer amor, pero si su primer beso.