Para el Senju era extraña aquella situación, después de todo no era costumbre para el Nidaime ver a un albino de ojos particular hablando de un Dios que ni el mismo conocía. Sus brazos estaban cruzados, su mirada tan fría como el hielo al igual que sería.
— ¿Quién se supone que eres? —su entrecejo se frunció ligeramente esperando una respuesta coherente de su parte—.