Cuando piensas en las cosas sueles verlas de un modo extraño. Y extraño lo entiendo como ajeno. No lo ves como experiencia sino una imagen reproducida en fotogramas con una ampliación emocional. Pienso en las cosas más insignificantes y les veo un valor que daba por sentado, o más bien dejan de tener un sentido para mí. Y eso me lleva a que dar por hecho todas las cosas se vuelve una ilusión con la cual sostengo este mundo que me rodea y con el cual puedo interactuar en base a estos conceptos que vagamente conozco.
Entonces, pensar deja de ser una herramienta y se vuelve una tortura. Porque cuando el pensamiento se vuelve la fuente de tus inquietudes y una angustia por no saber que es auténtico ni verdadero es cuando el pensamiento mismo se vuelve hueco en significados. Entendemos las cosas de una forma general y esperamos que lo demás siga funcionando. De solo pensar que si nos enfocamos en aquello que damos por sentado entraríamos en un estado de angustia me siento afligido por no poder hallar palabras que expresen o den a entender está amargura que sopesa en mi corazón. Al final de todo, las palabras siempre están gozando de significados, y solo aprendemos a convivir con ellas asumiendo el rol de espectador pasivo y tranquilo. Es lo mejor después de todo.