Dolía verla así, consumida por las llamas del sufrimiento. Dolía verla así, empapada por lágrimas saladas que resbalaban por sus mejillas. Dolía verla así, sin vida en sus ojos, sin sentimientos en su roto corazón.
Mirar a aquella muchacha era como arrastrarse en un camino de espinas, ansiosas por explorar lo más profundo de tu piel; mirarla ella era como ponerse una soga en el cuello; observarla era como caer en las profundidades de un abismo sin fin.
Y es que el dolor de mirarla era más intenso que las llamas de la pasión, más intenso que todos los sentimientos puros y excitantes que el ser humano ha conseguido experimentar; ella era el sufrimiento más doloroso del que nadie ha conseguido escapar.