No, no soy suficiente y nunca podré serlo. No importa si me esfuerzo más, no importa si dejo de dormir, no importa si dejo de comer, no importa cuantas horas y esmero le ponga, simplemente no soy inteligente y no puedo ganarle al talento natural del resto.
Odio sentirme así, sentir que mi esfuerzo es en vano, que nada de lo que hago vale la pena para nadie, no quiero más felicitaciones vacías por mis intentos, quiero resultados reales que las merezcan, porque al final del día, en el mundo real, no importa tu desgaste, importa que puedes entregar.
Soy un cascarón vacío, llena de metas y deseos frustrados. “¿Realmente merezco seguir viviendo si no soy capaz de compensarlo como es debido?” Es la pregunta que aparece en mi mente al ver al mundo desde la altura, la avenida esta igual de llena que mi cabeza y la idea vuelve a resurgir en mi cabeza, como un recuerdo mal enterrado. No merezco mi vida, no merezco el privilegio por el que nunca he luchado, y es cuando desearía haber cumplido mi propósito aquella vez, pero fui cobarde, fui estúpida y me creí capaz de solucionarlo.
No puedes reparar un cristal roto, un cristal que ha perdido su valor pero que lucha por mantenerse relevante. Miro el mar desde el muelle y trato de encontrar un sentido de existencia, pero solo termino deseando hundirme en el profundo azul ante mis ojos; Sin saber nadar, sin ayuda y sin nadie que pueda limitar mi propia conclusión.
Cobarde, idiota y cobarde, con las respuestas en la mano, pero sin el valor de tomarlas, es por eso por lo que estoy condenada a cargar día tras día con el peso de la insuficiencia. Solo deseo que algún día, aunque sea uno, pueda sentirme tranquila con mi propia persona, y quizá solo así pueda entender desde donde viene mi error.
O quizá, siempre lo vi.