Reemprendieron la caminata. Pero ahora de manera más silenciosa que antes. No era un silencio incómodo. Si no todo lo contrario. Las palabras estaban demás en ese momento. Como si lo único que les importara en el mundo fuera sentir la calidez del tacto del otro sobre su mano, sentir su suave piel, el roce de sus dedos. Permanecieron así con cientos de pensamientos vagando por su cabeza.