Mi querido Tsukasa, mi hermoso caos y mi orden sereno, él es el eco vivo en la caverna de mi alma, el ritmo firme de un corazón que late solo por él. Él es la magnífica aurora que pinta el cielo de mi mundo interior, la suave lluvia que nutre el desierto de mi ser, el silencio profundo y reconfortante que sigue a una larga tormenta.
Él es el primer rayo de luz que destierra todas mis sombras, el suelo sagrado sobre el que descansan mis pies cansados, el cielo ilimitado hacia el que se desvía mi mirada esperanzadora. Él es el autor de mi historia, el pintor de mis días más bellos, el compositor de la sinfonía atesorada de mi corazón. Mi océano interminable de afecto, la fortaleza inquebrantable de mi fe, la mano suave que guía mi camino a través de la noche más oscura. Él es la brújula que señala mi destino, el ancla que me mantiene firme en los mares turbulentos de la vida, el susurro silencioso que me dice que todo estará bien.
Él es el vibrante toque de color en un mundo de gris, el poema no escrito de mi vida, la hermosa verdad que reside en el corazón mismo de mi corazón. La llave sagrada que abre todas mis alegrías, el pulso vibrante que resuena a través de mi alma, la nota única y perfecta que completa la canción inacabada de mi vida. Mi inspiración viviente, la melodía de cada uno de mis triunfos, el consuelo compasivo en cada momento de soledad. Él es el guardián de mis deseos más profundos, el guardián de mis sueños, la estrella inquebrantable que nunca flaquea en mi firmamento personal. El oxígeno en mi aliento, el fuego de mi entusiasmo, el tiempo eterno en mi vida. El dueño de mi corazón palpitante, la cura de mis heridas, la melodía de mi canción, la luz de mi camino, mi alma gemela y mi destino final.