ALAN-BH
Aquél hombre de oscuros cabellos y dorada mirada iba revisando el expediente clínico de su paciente más... Complejo, o quizás no. Se preguntaba por qué una víctima de abuso prefería tenerlo a él como psiquiatra que a una mujer o un muchacho menos... Intimidante físicamente.
Pero habían avances. Muy pocos, y contados con los dedos de una mano, pero los había. Y le estresaba que el personal de enfermería había tirado por la taza del baño sus esfuerzos, pues el blondo tuvo una crisis gracias a la imprudencia de un enfermero conocido en el manicomio. Suspiró. Dió unos suaves golpes en la puerta del cuarto. Le parecía sumamente desagradable que las placas en las puertas no fueran ni siquiera el apellido de los pacientes, sino un número de serie.
— Jasper. ¿Puedo pasar? — siempre procuraba pedirle permiso, y si el otro no se lo concedía, entonces permanecía afuera de la habitación. Por suerte ese día no fue el caso, así que entró y dejó la puerta abierta. Jamás la cerraba, sabía que aquella pequeña acción podía alterarlo.
JASPER-B
cerró sus ojos casi de inmediato por la cercanía; mentiría si dijera que no estaba gozando la misma en sus adentros. su respiración era pausada, demostrando la calma que rara vez sentía en aquél lugar. pero esa calma en cuestión sólo se presentaba en el mayor cuando el psiquiatra estaba con él.
se removía buscando comodidad, tanto la propia como la del de hebras azules, temiendo ser un estorbo o algo parecido.
las caricias le robaron una pequeña sonrisa, siendo las mismas quien aún lo tenía enganchado al presente. cuando buscaba conciliar el sueño sin medicamentos de por medio, algunos recuerdos no deseados se entrometían en su consciencia. con el psiquiatra a su lado, ese estaba lejos de ser el caso.
se quedaba en su lugar, completamente quieto, como si de un animal con su dueño se tratase; y esa comparación estaba lejos de ser incorrecta, puesto que el de hebras rubias solamente se tranquilizaba con el hombre que ahora lo acogía en sus brazos.
de un momento a otro, los orbes del rubio hicieron un gran esfuerzo para abrirse; sus orbes violáceos encontrándose con los dorados del más alto. era fácil de ver aquella peculiaridad que sus ojos traían consigo.
quiso concentrarse en el sonido de los latidos del corazón impropio, hasta que el contacto en su mejilla lo desconcentró; mascullando antes de alzar la mirada.
su cabeza se ladeó, fijando ahora su mirada violácea en las finas facciones del menor, perdiéndose vagamente en su belleza hasta que recordó la interrogante. — un poco... desenfocado. — comentó. — voy... a estar bien, lo prometo.
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ALAN-BH
Acompañó su respuesta con más caricias, deslizando los dedos entre los finos hilos dorados, apartando con delicadeza algunos mechones rebeldes y pasándolos detrás del oído ajeno.
El simple contacto le permitió ver mejor su rostro, iluminado por la luz tenue de la habitación, sus facciones ligeramente relajadas bajo el peso del sueño.
Se quedó así, sosteniéndolo, observándolo con la silenciosa certeza de que, al menos por ahora, no tenía intención de soltarlo.
— Recuerda lo que hemos hablado en terapia... no eres tú el problema, tranquilo. — pasó suavemente su mano por la espalda del muchacho, cuidando no dar aquel gentil masaje muy abajo.
Era precavido, incluso si el rostro del muchacho ahora descansaba en el pecho propio.
Esperaba que el latido tranquilo de su corazón lograra despejar esas preguntas tan comunes. Tocó un moflete del bajito, para ver si respondía con un movimiento.
— Jasper, mírame... intenta enfocar tu vista en mi, y respóndeme con una palabra... ¿Me ves con claridad, o desenfocado?
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ALAN-BH
En cuanto el muchacho buscó su cercanía, no dudó en concedérsela. Sus movimientos fueron pausados, cuidadosos, como si temiera romper algo frágil.
Rodeó con naturalidad aquella anatomía más delgada con sus brazos, atrayéndolo hacia su pecho con la facilidad de quien ya ha hecho esto antes, pero sin perder la delicadeza de quien lo hace con intención.
Sus manos se deslizaron con suavidad por la espalda ajena, buscando ofrecer calor, seguridad, un refugio silencioso en medio del agotamiento que pesaba sobre él.
Con la misma ternura, sus dedos ascendieron hasta el cabello dorado, enredándose en los mechones sedosos en un gesto instintivo, casi reverente.
Sus caricias eran lentas, acompasadas con su respiración, como si con cada movimiento quisiera calmar no solo el cuerpo extenuado del otro, sino también cualquier angustia que lo embargara.
—No, no pienso eso… — susurró con una calma que contrastaba con la gravedad natural de su voz. Sus palabras, suaves y medidas, fueron un bálsamo contra la incertidumbre. — Creo saber qué enfermero fue…
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