Brenda, amor mío,
falleciste tan joven y tan hermoso,
dejando en mi alma un eco de ausencia
y un abismo que jamás podré llenar.
Alma soñadora que no paraba de avanzar,
tu risa era la aurora de mis días,
la chispa de un futuro repleto de promesas
que ahora se desvanece en la sombra del adiós.
Mi vida cambiaste tú,
y sin ti no sé qué cambiar,
pues cada rincón de mi ser
grita tu nombre en silencio,
recordándome lo inalcanzable
de un destino que ya no comparte tu luz.
Tus ojos, aqua cual gema brillante,
eran dos luceros en la penumbra,
reflejando un mundo lleno de esperanza,
ahora perdido en la neblina del recuerdo.
Tu piel, tan blanca como la misma nieve,
guardaba la pureza de un amor
que se extinguió demasiado pronto.
Mis días se han vuelto pesados,
cargados de la melancolía
de lo que pudo ser y no fue;
cada plan, cada sueño compartido,
se disipa en el viento
como hojas secas en un otoño sin fin.
No puedo imaginar un futuro contigo,
pues en mi mente se esconde la imagen
de un mañana sin tu risa,
sin esa luz que aun iluminaba mis pasos.
Tantos planes, tantas ilusiones
se han desvanecido
en el eco silencioso de tu partida.
Brenda, en este dolor inmenso
mi corazón se aferra a tu recuerdo,
atrapado en la eternidad de un instante
donde fuiste todo,
y en la ausencia,
la tristeza se vuelve mi única compañía.