A todo artista alguna vez le tiraron sus sueños para abajo.
Criaturas sensibles, no es difícil lastimarnos.
Siempre es un "no obtendrás dinero", una problemática del mundo físico para una mente que pertenece al mundo creativo, en las nubes y de repente te agarran de los tobillos y te tiran al suelo, la caída duele como lucifer.
Con razón la mayoría de nosotros estamos tan dolidos, con razón hay tanto arte para ventilar traumas.
Recuerdo cuando me lastimaron como artista por primera vez, mi propio padre. Era una niña pequeña, tal vez 8 años. Quería hacer mi serie animada, siempre he creído que para crear historias he sido bastante buena, si hubiera seguido dibujando tal vez no sería una posibilidad tan lejana.
Impulsada a dibujar más, solo a eso, le pedí a mi papá una tableta de dibujo. No sé si ya le había hablado de mis deseos alguna vez, de ser una animadora, no sé si eso ya fue incentivo suficiente para él para "abrirme los ojos".
Me dijo que eso no me daría de comer, el típico discurso de siempre, ese que te busca ver hacia el futuro con miedo a no ser suficiente con tus habilidades actuales, aún si eres solo una niña de 8 años.
Me entristeció, claramente, sentí cómo mis ganas de hacer cosas se fueron, cómo mis esperanzas murieron y cómo me rendí sin siquiera haber empezado algo realmente.
Recuerdo que estaba en el carro, mi mamá afuera pidiendo helado y mi papá adelante reclamandome por mi tristeza, estábamos saliendo, no tenía derecho a estar triste.
No lo tenía, nunca lo tuve, sin importar de que él haya aplastado mis ilusiones de niña pequeña que pudieron ser mucho más que eso, no importaba, no tenían justificación suficiente.
Luego comí helado, eso al menos alivió mi tristeza, pero no hizo que lo olvidara.
Ni mucho menos que dejara de sentirlo.
