Prólogo: El Refugio
La noche cubría Woodsboro con su ya conocida oscuridad, pero dentro de la antigua casa de piedra, la luz brillaba cálida y acogedora. En la cocina, las risas de Tara resonaban mientras ambos preparaban la cena. Tobie, en su imponente presencia, se movía con una gracia sorprendente, siguiendo las instrucciones de Tara, sus manos, fuertes y hábiles, colaborando en la tarea compartida.
Tara, con su cabello castaño cayendo en cascada sobre sus hombros, observaba a Tobie con una sonrisa. Sus ojos, llenos de vida, brillaban con un amor que había florecido en los últimos dieciocho meses. Él era un enigma, un hombre de pocas palabras, pero sus acciones hablaban por sí solas. A pesar de su físico imponente e inquietante, Tobie era un hombre amable, protector, y en sus ojos, veía un alma que anhelaba la paz.
Mientras la pasta hervía, Tobie se acercó a Tara, y la abrazó por la espalda, inclinando su cabeza para besar su cuello. La caricia hizo que la piel de Tara se erizara, acostumbrada al tacto de Tobie.
"¿Todo bien?", preguntó Tara, ladeando la cabeza.
Tobie asintió, su voz profunda y reconfortante. "Perfecto. Contigo, todo es perfecto." El, con su fuerza inigualable y su resistencia que desafiaba lo imposible, encontraba en ella la única debilidad.
Esa noche, lejos de las sombras persistentes de Woodsboro, encontraron refugio el uno en el otro, en el sabor de la comida, en el contacto de las manos y las miradas que lo decían todo. El mundo podía estar en caos, pero en ese instante, en la cocina, en la calidez de su amor, eran invencibles.