"La mañana después de matarme" Poema de Meggie Royer
La mañana después de matarme, desperté.
Me preparé el desayuno en la cama. Le eché sal y pimienta a mis huevos e hice un sándwich de queso y tocino con mi tostada. Exprimí una naranja en un vaso. Raspé las cenizas de la sartén y limpié la mantequilla del mostrador. Lavé los platos y doblé las toallas.
La mañana después de matarme, me enamoré. No del chico de la calle ni del director de la escuela intermedia. No del corredor diario ni del verdulero que siempre dejaba los aguacates fuera de la bolsa. Me enamoré de mi madre y de la forma en que se sentaba en el suelo de mi habitación sosteniendo cada piedra de mi colección en sus palmas hasta que se oscurecían con el sudor. Me enamoré de mi padre junto al río mientras metía mi nota en una botella y la dejaba ir con la corriente. De mi hermano que alguna vez creyó en unicornios pero que ahora estaba sentado en su escritorio en la escuela tratando desesperadamente de creer que yo todavía existía.
La mañana después de matarme, saqué a pasear al perro. Observé cómo le temblaba la cola cuando un pájaro volaba o cómo aceleraba el paso al ver un gato. Vi el espacio vacío en sus ojos cuando llegó a un palo y se dio la vuelta para saludarme para que pudiéramos jugar a las atrapadas, pero no vio nada más que cielo en mi lugar. Me quedé allí mientras los extraños le acariciaban el hocico y ella se marchitaba bajo su toque como lo hacía una vez por el mío.
La mañana después de matarme, vi salir el sol. Cada naranjo se abrió como una mano y el niño de la calle le señaló una sola nube roja a su madre.
La mañana después de matarme, volví a ese cuerpo en la morgue e intenté hacerle entrar en razón. Le hablé de los aguacates y de los escalones, del río y de sus padres. Le hablé de las puestas de sol, del perro y de la playa.
La mañana después de matarme, intenté desmatarme, pero no pude terminar lo que empecé.