—¿De verdad te gusta mi perfume? —sabía que así era, con todo y eso, le maravillaba que una chica igual a ella pudiera seducir y trastornar a un hombre como él.
—Me encanta —aclaró inclinando su cabeza sobre su cuello y aspiró su esencia, provocando que su piel se erizara por la cercanía.
—Cuando estabas enfermo vi las pantaletas en tu mesa de noche y me quería morir de pena. ¿Por qué las guardaste tanto tiempo? —avergonzada quiso saber el porqué de su proceder.
—Debido a que nunca has salido de mi mente Kimberly. Un día llegaste y no te fuiste jamás. Y esa prenda íntima me acompañaba en noches solitarias. —Se carcajeó y la besó con efusividad.
—Pero por qué si te gustaba tanto no luchaste por mí. No me cabe en la cabeza que hiciste que te aborreciera y terminamos separados. —Se apartó de él, para que le respondiera con sinceridad.
—Hay algo que juré que no podía decir, no obstante, quizás sepas tú más de lo que yo creo. ¿Sabes de quién estuvo enamorada Elena tu tía hace muchos años? —intentó contarle todo, evitando romper la palabra dada a su abuelo.
—¿Te refieres a lo que tuvo con tu tío Alonzo? —respondió extrañada.
—Sí. Don Antonio vio que estaba loquito por ti y me contó la historia de Elena. Me pidió que por respeto a ella y a su familia me alejara de ti, puesto que tú eras una niña inocente, que aparte de todo solo contabas con 18 años de edad. Me dijo que, si me iba a casar contigo siguiera adelante, pero que, si mis intenciones eran las de jugar con tu persona, te dejara de lado.
»Yo me negaba a creer que fueras realmente inocente. Lo sabía en el fondo, no obstante, estaba en negación. Cuando tú me lo confirmaste, yo traté de
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