En la tranquilidad de la noche y al calor de una taza de chocolate puedo darme cuenta que he cambiado bastante. Y no es para menos, pues al igual que el humo intermitente de mi taza ha sido mi recorrido este año, he tenido días de alegría y tristeza, de sombras y de luz, sigo queriendo entender si mi cambio ha sido para bien o para mal, ese balance aún no está definido.
Este año sin duda lloré mucho, y no se si he acabado de llorar. Pues aún escribiendo estas palabras las lágrimas ruedan sin poderlo evitar. Creo que es la nostalgia y evidente sorpresa de darme cuenta que la mujer alegre, soñadora, enamorada y llena de entusiasmo se ha vuelto más seria, solitaria, selectiva y desconfiada.
Sin duda alguna hay experiencias y recuerdos que nos marcan de por vida. Hay miedos que nunca se irán, ilusiones que permanecerán e historias que quedarán en un aparente olvido en el día a día pero más vivas que nunca en nuestro inconsciente. Al final todos evolucionamos, la vida sigue y no hay marcha atrás. Seguir adelante es la única opción, la vida no espera, mi único desahogo será seguir escribiendo y en esas letras dejar un poco de mí historia...