En mi vida he erigido muchas estructuras, de las cuales diez de cada diez permanecen inconclusas.
Pero en este yermo me detuve a avanzar, levantando lo que llamaría un gran hogar.
Hoy, aquello que alguna vez creí un fuerte, suelta escombros que ignominiosos me asolan.
Sin embargo, no es un vendaval aquello que derriba mi castillo, sino más bien una agostada brisita.
Incluso los cimientos ceden.
... No. Sobretodo los cimientos ceden, y mis esfuerzos por apuntalar el marchito fortín resultan fútiles.
Admirar mi endeble trabajo, hace que me pregunte: ¿Debería sucumbir al homeostático anhelo de soslayar el descalabrado fruto de mi ineptitud?
No, supongo que es más cómodo plañir altisonante mi luctuosa incompetencia.